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    PERDER LA OPORTUNIDAD

     Pocas veces se puede presentar una ocasión tan mollar para dar la talla y el ejemplo de una imagen social verdadera. Difícilmente se encontrarán en la posición de que un Gobierno, obligado a dar un golpe de timón importante para la economía de su país, emplace a sindicatos y patronal a llegar a acuerdos que posibiliten una reforma laboral –imprescindible- sin que pueda ser traumática; pero estos sindicatos, enchufados a las ubres del Presupuesto, no han querido llegar a acuerdos con que aliviar una reforma laboral que se avecina muy dura  sin haber dado lugar a acabar el plazo dado por el Gobierno; con una prepotencia ya conocida de levantarse de la mesa cada vez que se han sentado con los empleadores.  
                                                                                 
Es incomprensible que teniendo la oportunidad de intervenir para defender los intereses de los parados, los inmigrantes, los autónomos y en definitiva, a ayudar a sacar una reforma laboral –la tercera en casi dos años- con el máximo consenso posible, se han limitado a elaborar un documento con cuatro puntos insustanciales obviando la difícil situación de más de cinco millones de parados y la destrucción ingente de empresas. Ni los representantes de éstas ni los representantes de esos dos sindicatos han dado la talla que la situación merece, haciendo que nos preguntemos por la utilidad de estas organizaciones que no son capaces de renunciar a una parte de sus intereses, entorpeciendo el desarrollo de las medidas tendentes a presentar al Congreso para su aprobación.

     Se ha interferido un camino para promover el empleo, la más urgente de nuestras necesidades colectivas, dejando al Gobierno la tarea de legislar sin el apoyo de estas asociaciones y con el peligro latente de enfrentarse a constantes manifestaciones sociales por la defensa de aquello que los responsables sindicales no han querido pactar.
     Hará bien el Gobierno en controlar las millonarias subvenciones y los fondos que se destinan para la formación, cuyos resultados no son los esperados para  la cuantía que supone (más de siete mil millones de euros), pero que han servido muy bien para reforzar su financiación corporativa y la presencia en cuantas plataformas de diálogo sean menester para ofrecer la sensación de estar haciendo labor social y de defensa de sus representados.
    
      Trabajadores, pequeños empresarios y autónomos, deberán demandar a estos impostores que se declaran defensores de la sociedad, cuando no dejan de ser meros fabuladores sociales resueltos a llevar a cabo una política de gestos de reivindicación permanente que les autojustifique, los unos y con el clásico inmovilismo y conservadurismo que siempre les ha caracterizado, los otros.