SENTIDO DE LA RESPONSABILIDAD
Decía Martin Luther King que la
violencia crea más problemas sociales que los que resuelve, pero esto lo ignora
una parte de la población y lo alienta otra con espurios intereses y cínicos
mensajes, a los que una población adulta y responsable no debería hacer eco,
imponiendo la racionalidad a la visceralidad; pues ésta, la reacción emocional,
no es la mejor consejera para tratar los problemas que nos puedan surgir, bien
sean de índole personal o colectivo.
Estamos asistiendo a unas
algaradas callejeras en las que, aparentemente, son fruto de un malestar social
como consecuencia de unas actuaciones que buscan reducir el grave déficit que
ha alcanzado el país y que para ello se han tomado medidas reguladoras que
afectan a la sociedad por la contención del gasto y en cumplimiento de unas
normas regulatorias impuestas.
No son comprensibles, en una
situación como la actual con una tasa de paro tan escalofriante y una deuda
galopante, ciertas manifestaciones callejeras solicitando mantener, sino
mejorar, unas condiciones que generalmente han estado sobredimensionadas para
un país cuyos recursos son limitados y que en gran medida provienen de la
productividad de sus ciudadanos.
Descartando las algaradas
estudiantiles, en lo que respecta a movimientos espontáneos no dirigidos,
preocupa sobremanera la conjunción de esa variopinta mescolanza entre
agitadores profesionales -cuyo beneficio social está por descubrir y de los que
no se conoce rendimiento alguno en pro de la sociedad-, movimientos de personas
marginales y políticos en activo o aspirantes a serlo, cuyas reivindicaciones
pierden mucha credibilidad por sus actuaciones; unos por su carácter puramente
destructivo y los otros por su pasado.
No son pocos los que piensan que
se está ante reivindicaciones absolutamente cínicas y fruto del resentimiento,
aunque las mismas estén acompañadas y revestidas de un carácter social al ir de
la mano de sindicatos denominados de clase. Tal vez esta circunstancia sea más
negativa si cabe, ya que no pasa desapercibido para la mayoría de la gente el
silencio reivindicativo que estos mismos han mantenido en otras circunstancias
similares, como por ejemplo en las congelaciones salariales de los funcionarios
o el de las pensiones.
Las algaradas callejeras, siempre
que no supongan tomarse la justicia por su mano, rompiendo y expoliando bienes
particulares o comunes, son un termómetro sobre la normalidad democrática por
la que se rigen las naciones, pero ello no debe estar reñido con la
racionalidad, el sentido común y la realidad. Es por esto que, como todos
conocemos, no conviene embarcarse en manifestaciones dirigidas por intereses
particulares, bien sean políticos o de cualquier otro signo, pues ello conlleva
a una manipulación de la realidad y constituye un intervencionismo y una influencia interesada; sobre todo en un
momento tan delicado para el futuro de nuestra nación, donde tanto nos estamos
jugando, y no solamente el presente, sino el futuro en donde tienen que
convivir nuestros descendientes.
Las rencillas personales, el
buscar el deterioro de las instituciones para así llegar a alcanzar el poder,
no es más que el igualarnos con los países que han hecho de su futuro un mundo
en permanente revolución. No merecemos, después de tantos años de esfuerzos y
de alcanzar cotas de bienestar, el tirar todo por la borda por no ser capaces
de saber apretarse el cinturón en un momento de transición económica,
precisamente propiciada por un exceso de triunfalismo económico.