En política,
la indefinición es un mal que se ataja radicalmente perdiendo el apoyo de los
votantes. Es la fórmula más segura para descabalgar a quienes mantienen dentro
de su seno posiciones programáticas
encontradas que afecten a principios fundamentales, entendiendo por
principios en esta caso los compromisos adquiridos con su electorado en su
programa, verdadera carta de presentación y de intenciones por las que los
ciudadanos se adhieren mediante el voto y que los mismos les puede demandar.
Los principios deben ser
inmutables en cualquier situación, por
coherencia, como norma de
integridad moral y dignidad personal y cuando se da una palabra –hecho cada vez
más infrecuente por el compromiso moral de tener que cumplirla- es, como en los
contratos firmados, que conllevan el compromiso de su ejecución. El abdicar de
los compromisos éticos para recibir los elogios de tus contrincantes, es una
opción perversa para con sus votantes.
Difícilmente la base electoral
de PP va a entender los incumplimientos electorales y las derivas sociológicas
y morales que los sectores tecnócratas instalados en ese partido están
dictando. Al menos, grupos más o menos organizados, como los movimientos
Pro-Vida y las asociaciones de victimas del terrorismo, no van a dejar pasar
por alto los repetidos incumplimientos, tanto de su programa electoral como de
las promesas realizadas a ellos en estos años. Resulta totalmente
incomprensible la falta de fe en sus propias ideas y del empuje suficiente para defenderlas. Por
sus incondicionales se le ha perdonado que no se cumplieran las promesas
económicas, porque las circunstancias heredadas eran peores de lo que se
estimaron en un principio, pero la necesaria reforma del modelo autonómico, que no sea el
destinado a intentar contentar a los nacionalistas, la reforma del Poder
Judicial y la defensa de la vida, eran tres cuestiones principales por las que
los ciudadanos les otorgaron la mayoría absoluta, que a la postre no se ha
utilizado convenientemente y en defensa de las ideas y posicionamiento de un
partido conservador.
Lo menos comprensible de esta
actitud que agravia a su electorado y pone en entredicho su forma de hacer
política, es el dudoso beneficio electoral que esta actitud le pueda traer. Se
agravia a su electorado y juegan con la baza de que de aquí a las próximas
elecciones les volverán a votar, aunque sea con reservas, para evitar la
llegada de ese frentepopulista encarnado por el entramado de grupos –que no
partido- liderado por Pablo Iglesias. Lo que tal vez no han tenido en cuenta es
que la dimisión de muchos de sus votantes no conlleva la pérdida de ninguna
representación o sinecura y que, por tanto, les es mucho menos gravoso el
cambiar de bando. A poco que alguien con cierta presencia en el mundo de la política
enarbole la bandera de los descontentos, el PP podría encontrarse en la peor de
las tesituras: que no arranca ningún voto por la izquierda y se desangra por el
lado más conservador de su electorado.
Urge una explicación clara y
concisa de los repetidos incumplimientos electorales; no vale el anuncio a pie
de calle, ante una ingente cantidad de periodistas, el soltar cuatro frases muy
discutibles en el fondo y en la forma. Quienes apoyaron a ese partido necesitan
una explicación de su líder, o una forma irrevocable de dimisión.