Ahora que las aguas han vuelto a su cauce
parece obligado, desde la serenidad que da el pensar por el tiempo transcurrido,
que hay que hacer un read movie de
algunos acontecimientos ruidosos que ésta cada vez más excéntrica sociedad
nuestra nos quiere hacer llevar al agua de su molino. Hay una corriente
exaltada que todo lo quiere revertir: las costumbres, las formas, el sentido
común, la familia… en definitiva: la sociedad.
Se han quedado caducas aquellas premonitorias
palabras del legendario político Alfonso Guerra –que ha anunciado su retirada
de la vida política a la que ha estado vinculado a ella desde 1977, ¡ahí es nada!-
cuando en la entrada al poder del partido socialista dijo, como primera perla
de las muchas que se han conocido posteriormente, que a España no iba a
conocerla ni la madre que la parió. Así, textualmente. Y fue cierto. El y su
partido siempre se empeñaron durante todo el tiempo que tuvieron mando en
plaza, en ir cambiando progresivamente las costumbres adquiridas en generaciones
anteriores, fueran buenas o malas.
Como se dice en las novelas del género
negro, se les fue de la mano. Crearon una escuela en la que sus aventajados
alumnos pronto les pareció que se quedaban cortos. Habían puesto la simiente
para crear una sociedad que ellos creían podría ser mas igual –desgraciadamente
la igualdad que siempre ha entendido la izquierda social-comunista es la de por
debajo-, así que han tomado el testigo unas nuevas tribus surgidas desde la
ruptura total que lleva, entre otras cosas, a deshumanizar aspectos
fundamentales de la convivencia.
Hoy he escuchado unas palabras serenas, pero muy tristes, de una persona
que ha sido fundamental –quien lo iba a decir- del desenlace de una historia
reciente y turbulenta de España. Si, me refiero a la enfermedad del Ébola y de la
hermana Paciencia Melgar, compañera de los religiosos Miguel Pajares y Juliana
Bonoha en el hospital San José de Monrovia (Liberia), asegurando que no guarda
rencor “por no haber podido venir a España cuando tenía el virus” y mostró su
alegría por “poder hacer el bien” ayudando a Teresa Romero.
No pudo venir porque al no ser
española no se le repatrió, lo que sí ocurrió con Miguel Pajares y que tanta
controversia produjo entre una parte de la sociedad española; precisamente la
que siempre ha hecho bandera de la solidaridad entre las personas: solidaridad
de cartón piedra, naturalmente. Se criticó hasta la saciedad que se le trajera
y estuvieron dispuestos, poco menos, que a asegurar que sería consecuencia de
una pandemia en España. ¡Miserables!
Melgar consiguió superar la enfermedad y,
una vez dada de alta en Monrovia, se ofreció para ayudar a otros enfermos y
voló a España para donar su sangre inmunizada a García Viejo, quien falleció el
mismo día en que llegó Paciencia, pero en cambio sirvió para que su sangre
ayudase a curarse a Teresa Romero. Son los ejemplos que nos da la vida. Se
rechaza a una persona para intentar curarla por el simple hecho de no ser de
nacionalidad española, aunque fuese colaboradora de quien si lo era; ¿pero si
se criticó que se trajese al misionero, que hubiera ocurrido de haberla traído
a ella?
Tengo la sensación de que la sociedad se
está deshumanizando a pasos agigantados y eso me entristece, y debe entristecer
a toda aquella persona con sentimientos nobles, no manipulados por el egoísmo,
el odio o el resentimiento.
Es descorazonador el escuchar a una persona,
que toda España se volcó en desear su restablecimiento y que se pusieron a su
disposición cuantos medios clínicos, médicos y económicos existían, el hablar
de interponer una demanda exigiendo dinero después de su curación. Esta es la
sociedad que entre todos –unos más que otros- hemos creado: la de la
insolidaridad, la del egoísmo y la del interés propio. Y realmente lo que
asusta es el pensar que esto no es el fin, sino el principio de lo que posiblemente
llegará.