¿Qué ha ocurrido en nuestra sociedad para que una parte de ella haya
radicalizado el mensaje del odio, la manipulación de la palabra y de los textos,
la caricaturización y ridiculización de sentimientos hondamente arraigados y,
en definitiva, el insulto gratuito?
Se ha soportado estoicamente a políticos muchos desahogos y groserías
verbales, provenientes de personas sin cultura cuya impunidad venía otorgada por saberse protegido por la inmunidad casi total que el
sistema otorga a los políticos; pero no es mera bestialidad e incultura –que
también–, sino que siempre ha respondido a una estrategia global de
proscripción de cualquier idea no coincidente con la que ellos han mantenido
como una fe ideológica inquebrantable.
Ahora ha aparecido una nueva “raza” que insulta y agrede
a través de ese escaparate de cristales tintados que son las redes sociales,
donde nunca sabes con certeza si realmente el que vilipendia es quien dice ser
u otra persona. Es el escaparate de los cobardes –si realmente no se
identifican- que utilizan el odio y la manipulación con mano de navajero.
Sigue habiendo una mayoría de mamporreros que patentizan
la insuficiencia dialéctica y la falta de imaginación de quien, carente de argumentos,
no sabe decir otra cosa que insultar; pero también se sabe que detrás de
algunos de ellos hay gente con carreras universitarias, metiéndose en lodazales
que responden más a la degradación de los modales, de la educación y de la
enseñanza en nuestro país, azuzada y engordada por una supuesta izquierda carente del mínimo respeto al ciudadano y
que ni siquiera se recatan un poco para
ocultar sus sentimientos más sucios.
Algunos de estos personajes mantienen un primitivismo ideológico coincidente en ocasiones
a los niveles de los Años Treinta y demuestran que todo esfuerzo por pretender
al menos una cierta honestidad intelectual haya desaparecido en profundidades
abisales. De estos, algunos hoy, por mor de los movimientos políticos convulsos
que padecemos, se han encontrado en posiciones de poder impensables en sus
mejores sueños y han intentado hacer desaparecer vergonzantemente la maldad y
mediocridad de sus argumentos esgrimidos anteriormente en las redes sociales,
sin haber caído en la cuenta de que afortunadamente los hechos reprobables
tienen vigilantes y tarde o temprano pasan factura.
El problema surge cuando hay
jueces que entienden que insultos a víctimas
y chanzas sobre el holocausto judío entra dentro del “humor negro” y
amparado por la libertad de expresión. Considera el magistrado Pedraz que los comentarios no son delictivos porque,
en el caso del edil madrileño Zapata, no pretendía lesionar la dignidad de las
víctimas del terrorismo, lo que nos hace pensar si su erudita definición del
humor negro no será la consecuencia de sus particulares creencias políticas personales
antepuestas a la ley.