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¿SON ESTOS LOS SINDICATOS QUE NECESITAMOS?

     Las CC.AA. han abierto la caja de los truenos y se han decidido a recortar gastos; la más de las veces porque su economía se encuentra bajo mínimos, cuando no endeudada hasta las cejas, y es que se ha gastado con la alegría de tener bolsillo ajeno. Una de las medidas que está resultando más llamativa y, a la vez, está despertando mayor curiosidad, son los recortes que quieren darle a los sindicatos, organizaciones, algunas de ellas, perceptoras de generosas derramas de subvenciones para cursos de formación y otras excusas que en realidad sirven para dotar de estabilidad financiera a sus aparatos, a la vez que se hacen cada vez más fuertes al acaparar casi en exclusiva los recursos que se destinan a estos fines, frente a otras organizaciones sindicales a las que no se les deja crecer por un tratamiento diferencial y con visos de dudosa legalidad.
     Medir la representatividad de un sindicato basándose en resultados electorales, cuando estos resultados electorales han estado en función de los ingresos obtenidos de miles de municipios, de 17 comunidades autónomas y los de la Administración Central, que son pródigos contribuyentes a estas organizaciones, ya que les permite hacer proselitismo en cada una de las empresas del territorio nacional, algo impensable para otras organizaciones que solamente ingresan las cuotas de sus afiliados.

     ¿Cómo puede decir un sindicato que representa a la clase trabajadora cuando se caracteriza por el bajo número de afiliados -verdadero baremo para medir la representatividad- que en las elecciones sindicales moviliza a un escaso número de trabajadores y cuando en la mayor parte de las empresas los resultados electorales se consiguen por falta de otras alternativas?
     Con las medidas adoptadas por los gobiernos de las CC.AA. se ha podido saber la ingente cantidad de liberados sindicales de las plantillas públicas; liberados –hay que recordar- del trabajo en la función pública, sin menoscabo de sus haberes y otros derechos, como los de vinculación. Liberados no solamente  por las horas de dedicación a la tarea sindical que ampara las normas de la Función Pública, sino otros también aquellos otros de orden “institucional”. Los primeros se supone que utilizan sus horas sindicales para tratar asuntos relacionados con temas laborales de sus votantes, cuando en la mayoría de los casos utilizan dichas horas en beneficio de sus respectivos sindicatos, los cuales los destinan a la acción sindical externa; al igual que el liberado “institucional”, que lo es plenamente para labores sindicales ajenas a su puesto de trabajo.
     Con sus escasas apariciones callejeras en momentos de mayor desempleo en España  estos sindicatos “mayoritarios” han dejado la sensación de haber mirado para otro lado y  consecuencia de esto, han ido socavando su credibilidad, hasta el punto de si hoy se preguntara sobre su comportamiento durante la crisis, es muy probable que suspendieran,  y no digamos entre los ciudadanos sin empleo.  
     Hay que replantear la naturaleza y rumbo del sindicato de clase trabajadora. Hay que revisar el corporativismo y gremialismo de una institución, en buena medida a cargo del presupuesto público, que disfraza el interés particular del general. La historia ha demostrado hasta la saciedad que el conflicto social –por otra parte inevitable- se gestiona mejor con organizaciones de trabajadores sólidas y democráticas capaces de defender el interés general y no el particular de determinados colectivos, que sea independiente políticamente y no sujeto a subvenciones que produzcan anestesia social; sin acuerdos previos con el Gobierno de turno a cambio de sustanciosos fondos para reforzar su financiación corporativa y de la presencia en cuantas plataformas de diálogo sean menester para ofrecer la sensación de estar haciendo algo útil.  
     Es por ello que hace falta un nuevo sindicalismo, con nuevos sindicalistas que no se encuentren anclados en antiguas teorías ajenas a la realidad de un mundo globalizado y que sean capaces de impulsar otras prácticas.
¿Qué sentido tiene hoy unos sindicatos de clase en una España en que más de las dos terceras partes del empresariado es autónomo o se inscribe en una pequeña y mediana empresa que emplea pocos trabajadores y en un mundo globalizado que sobrepasa fronteras e intereses regionales a velocidad de vértigo? Francamente, ninguno; salvo que los trabajadores quieran ser manejados por esas empresas llamadas sindicatos mayoritarios que a su vez son manejados por las subvenciones que tienen que recibir del Gobierno de turno para seguir manteniendo su status económico y social.





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