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LOS ANTISEMITAS



   Hay que saber distinguir entre bienintencionados y necios. Al bienintencionado se le puede perdonar su falta de rigor porque habla con el corazón, no con la cabeza, y ya se sabe que el corazón nos engaña en demasiadas ocasiones. El necio suele ser, además, malintencionado, porque pudiendo saber utiliza la imprudencia que su propia necedad le obliga.



       Estos días se leen y escuchan lamentos y acusaciones sobre el enésimo enfrentamiento entre judíos y palestinos, y avergüenza las manifestaciones de quienes teniendo la obligación de informar verazmente, se dedican a emponzoñar las mentes de aquellos incapaces de leer la historia del pueblo judío, muy anterior al palestino.

  El último enfrentamiento ha venido dado por el secuestro y posterior muerte de tres jóvenes israelíes a manos de los terroristas de Hamas por el solo hecho de ser judíos, primera cuestión que obvian interesadamente los antisemitas. Desde la publicación de su carta fundacional, en agosto de 1988, el movimiento palestino autodenominado de Resistencia Islámica, cuyo acrónimo es Hamas, ha librado una continua y sanguinaria guerra cuyo objetivo es el exterminio del pueblo judío.





     Israel tiene el derecho y la obligación de defender a sus ciudadanos; ningún ejército de un país democrático ha encontrado hasta ahora una fórmula para defenderse de la estrategia terrorista de utilizar civiles como blancos humanos sin daños colaterales, como hace Hamas. Tienen instalados en colegios, hospitales y lugares públicos, los misiles de largo alcance M-302 suministrados por el régimen iraní. No existe democracia desarrollada que, atacada durante decenas de años por misiles, atentados y secuestros seguidos de asesinatos, reaccione distinto de Israel.


   Desde 1994 hasta hoy, Hamás ha tirado miles de misiles contra civiles indefensos israelíes. Ha secuestrado decenas, asesinado casi un millar y herido miles de judíos civiles e indefensos. La única defensa con la que cuentan los judíos de todo el mundo contra Hamas y sus aliados son las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF). El odio de Hamas contra los judíos, injustificado en cualquier caso, no tiene una argumentación territorial: en agosto de 2005, el primer ministro Ariel Sharón, ejecutó una retirada total y absoluta de judíos de Gaza, dejando la Franja en manos de los palestinos, que eligieron el gobierno por voto libre y secreto; fue el último ejercicio democrático de este pueblo.



     Desde entonces, son gobernados por la dictadura islamofascista de Hamas, que sigue dominando la Franja de Gaza. A la retirada israelí, que era un gesto de paz y negociación, respondieron con más misiles, más secuestros, más asesinatos. La historia y la verdad no deben ser olvidadas: en el verano del año 2000, Bill Clinton cifraba su cuota de posterioridad en cerrar un acuerdo israelo-palestino antes de poner fin a su mandato. Obtuvo de Ehud Barak lo impensable: que Israel cediera a la Palestina de Arafat el noventa y siete por cien de los territorios ocupados; el otro tres por cien quedaría compensado con un pasillo de seguridad entre Cisjordania y Gaza. Cuando un Clinton exultante se dirige al presidente palestino para darle cuenta de que las reivindicaciones históricas de la OLP están a punto de cumplirse, choca con un muro imprevisto. El rais no va a firmar. El presidente americano le pide que haga una contraoferta. No va a hacer contraofertas. «Pero, ¿qué es lo que usted quiere?», interpela un Clinton entre estupefacto y furioso. «Todo».



   Todo de algo que no les pertenece, esa es la cuestión a debatir.









SINDICALISMO DECENTE Y DIFERENTE

   Empezaron a tener poder desde el pistoletazo de salida a principios de 1977. Uno porque ya estaba organizado desde la clandestinidad, y el otro porque tenía la tradición de sus siglas desde tiempos de la II República. La realidad es que fueron los mimados de los sucesivos gobiernos de la democracia. Todo para ellos dos. Aquellos trabajadores que no querían integrarse en sus siglas, estaban considerados como proscritos y cualquier intento de organizarse era aplastado bajo el yugo de la pobreza y la indiferencia estatal. Ni un local, ni una subvención, nada que supusiese el nacimiento de otra fuerza sindical que pudiera hacer sombra a los elegidos.

   De esta forma se hicieron grandes, pero sus aparatos se hacían grandes también y se necesitaba más dinero para mantenerlos; para ello se amenazó con la primera huelga general en 1988. El invento consistió en comprar la paz social con fondos públicos, actualizando el sindicalismo vertical franquista en una mesa a tres bandas: Gobierno, patronal y centrales. El poder ponía el dinero y los llamados agentes sociales se avenían a estarse razonablemente quietos a cambio de generosas derramas de subvenciones para cursos de formación y otras excusas, que en realidad servían para dotar de estabilidad financiera a sus complejos entramados aparatos clientelares.

   Así ha continuado desde entonces y tanto UGT como CC.OO. se han convertido en el centro de atención de cualquier Ministerio de Trabajo. Todo ello a cambio de sustanciosos fondos para reforzar su financiación corporativa y de la presencia en cuantas plataformas de diálogo sea menester para ofrecer la sensación de estar haciendo algo útil. Muchas medidas sociales que se hayan de tomar pasarán por el papel privilegiado de los agentes sociales en su desarrollo, con la garantía de convertirse en los primeros intermediarios de cualquier posible beneficio.

   En estas últimas fechas, la prensa se hace eco de innumerables desvíos de dinero procedente de subvenciones para fines diferentes para los que fueron asignados. Empezó siendo, para sus dirigentes un caso aislado, y están encausados decenas de personas relacionadas con estos sindicatos y empresas colaboradoras.

 Estas organizaciones jamás se han preocupado por la economía del trabajador, sino por llevar a cabo una política de gestos de reivindicación permanente que les autojustifique. Se trata de unas organizaciones que, cómodamente instaladas en la poltrona del cortoplacismo demagógico y la reivindicación de clase, son capaces de negarse a aumentar la carga de trabajo, poniendo en peligro la viabilidad de proyectos empresariales y con ellos el empleo de miles de trabajadores. Resulta aterrador ver cómo los sindicatos ayudan a empobrecer un país sin que nadie les llame la atención por esta irresponsabilidad, sino que además se les ayuda a mantener sus elefánticas estructuras,  y la red de empresas propias con que han ido creando con el único fin de acumular más riqueza.

   Es necesario replantear el sentido, representatividad y práctica de los llamados sindicatos de clase trabajadora. Sindicatos prisioneros de su discurso anticuado y limitado por afectos y lealtades; insertados en una realidad distorsionada en donde compiten los más diversos y plurales intereses, y que con su corporativismo y gremialismo, no es lo más adecuado para nuestro tiempo.