Resulta chirriante el ver en una sociedad moderna
a jóvenes con el amenazante puño en alto, ese simbólico gesto, que conserva
connotaciones amenazantes para un sector de la sociedad española que vincula el
saludo al Frente Popular y la Guerra Civil, cuando los españoles se mataban
unos a otros por causa de sus ideas políticas. El utilizar ese puño en alto que
en la memoria colectiva evoca penosos recuerdos históricos, es algo que debe
producir temor; no en vano el saludo nació en la II Internacional
en 1889, cuando los partidos socialistas se unieron para impulsar la lucha
obrera, desmarcándose del anarquismo de Bakunin. El puño en alto pasó a ser una
seña de identidad de los partidos socialistas y comunistas en el periodo de
entreguerras, de 1919 a 1939, cuando fascismo y comunismo chocaron frontalmente
en unos años impregnados de odio y violencia.
Son estos jóvenes de puño cerrado,
expertos populistas que van prometiendo equidad y justicia, no son más que la
reencarnación de aquellos viejos vendedores de fábulas tramposas que durante
décadas hicieron pasar hambre, perder las libertades individuales y ciudadanas,
repartir miseria y provocar muertes. Son los “nuevos” comunistas.
Ofrecen un paraíso
colectivista del estilo de la Cuba castrista y lo hace en un Estado-Miembro de
la Unión Europea, construcción jurídico-económico-política que hace de la
economía de mercado su elemento definitorio. Imaginemos un futuro en el que los
españoles hacen largas colas con la cartilla de racionamiento en la mano para
obtener un par de huevos y un saquito de patatas, en el que los cortes de
electricidad les dejan a oscuras con regular frecuencia todas las noches, en el
que las jineteras pueblan la Castellana a la caza del extranjero provisto de
euros, en el que Podemos, convertido en partido único, impone sus tesis mediante
la represión más feroz. Que semejante horror haya merecido un apoyo tan notable
da una medida de la desesperación de mucha gente castigada por la crisis y del
fracaso de una partitocracia corrupta que ha perdido por completo la confianza
de un gran número de ciudadanos.
Una sociedad
abierta no puede funcionar sin el respeto a dos principios básicos: la garantía
del derecho de propiedad y la libertad de conciencia, sin estos dos principios
es imposible vivir en sociedad. Los ilusionismos que proclaman estos jóvenes
sirven para desesperados sin conciencia clara de la realidad y para resentidos
que están en guerra perpetua con las ideas de los demás y con toda la sociedad.
Ofrecer un paraíso colectivista del estilo
de la Cuba castrista o del régimen bolivariano, es ver un futuro en el que los
españoles hacen largas colas con la cartilla de racionamiento en la mano para
obtener algunos alimentos básicos y en el que los cortes de electricidad te
dejan a oscuras con regular frecuencia todas las noches. Que semejante horror no
sea visto por una parte creciente de
personas, da medida de la desesperación de mucha gente castigada por la crisis y
también de las fracasadas políticas
llevadas a cabo en los últimos tiempos; pero nada comparado con lo que estos
iluminados quieren hacer creer a una sociedad machacada por el infortunio y la
desgracia.
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