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VANILOQUIO REPUBLICANO

     En España se opina mucho, se informa poco y a veces no se piensa nada. Existe ahora un falso dilema que algunos políticos intentan colocar a la sociedad, presentándolo como algo necesario y urgente, cuando en realidad solo interesa a una pequeña parte de la población apoyada generosamente por algunos resentidos y otros jóvenes, desconocedores la mayoría de ellos de la reivindicación tan ruidosa como últimamente se escucha. Solicitan un referéndum para decidir si se quiere monarquía o república. Es igual que en los debates de algunas televisiones: están obsesionados con la Segunda República. Unos eran los buenos y otros los malos. Los buenos perdieron y los malos ganaron. Ese nivel de gilipollez histórica es el que aún predomina. 

     A estas alturas –por mucho que se empeñen subvencionados, interesados y muchos ignorantes– la Historia de la Segunda República no puede ser más clara. Fue proclamada merced a un golpe de Estado que se intentó legitimar con la victoria de las candidaturas republicanas tan sólo en la mayoría de las capitales de provincia y en unas elecciones municipales.

     En España, los candidatos monárquicos obtuvieron cuatro veces más votos que los partidarios del nuevo régimen, pero éstos lograron a convencer a Alfonso XIII para que se marchara antes de la puesta del sol. Quizá la monarquía parlamentaria estaba muerta hacía años, pero el nuevo régimen, a pesar del llamamiento de Ortega, no logró crear nada mejor. 

     Y muchos de estos jóvenes ignorantes proclaman la creación de la tercera república basada en la segunda, y ese es su grave error. Lo que subyace en este tipo de maniobras orquestadas por viejos rencorosos, es un nuevo intento de descalificar nuestro proceso de transición política, es un intento de resucitar enterrados sentimientos por la mayor parte de la población española.
 
     En un sistema democrático la esencia es el respeto  a las reglas preestablecidas, porque cuando se acude a visiones personales y partidistas, surgen los enfrentamientos, de tal suerte que cuestionar las reglas que nos hemos dado todos, es negar nuestro sistema democrático.

     Conviene conocer nuestra historia desde posturas más o menos objetivas y no tensionar más nuestro sistema democrático, tratando de restar legitimidad a aquellos que no piensan como otros, porque esta situación suele llevar los sistemas democráticos a derroteros ajenos a su esencia, y eso en nuestro país ya sabemos en qué degeneró




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